Catálogo de la exposición GALERÍA DE MUTUOS RETRATOS

PRESENTACION CRÍTICAS: Se inaugura hoy en el Museo Antón de Candás la "Galería de mutuos retratos" (El Comercio) Cornión celebra sus diez años con una peculiar muestra de retratos (La Nueva España) "Galería de mutuos retratos", un esfuerzo amistoso de once pintores asturianos. Paché Merayo (El Comercio) La galería-librería Cornión organiza una exposición de retratos-con motivo de su... (D-16 Asturias) Retratos mutuos para un aniversario. Rubén Suárez (La Nueva España) Bionauta. Juan José Plans (La Nueva España) Desde el 11 de mayo de 1981, fecha de la inauguración, hasta hoy, han transcurrido diez años. En este periodo de tiempo, la librería-galería vino recibiendo distintas transformaciones físicas, organizativas y conceptuales con un objeto primordial y único: mejorar la atención y el servicio al cliente, principal protagonista del personal e interrelacionado conjunto que es CORNION. Para conmemorar nuestro décimo aniversario hemos organizado la presente exposición, no venal y sin ataduras comerciales limitadoras de la libertad creativa, que convierte a los auotres en pintores y modelos de sus propios colegas y amigos. La elección de los artístas constituye, sin duda, la principal dificultad que debe afrontar una exposición de tan personal y peculiar contenido. Sin embargo ha sido fácil ya que se trata de pintores habituales de nuestra galería, clientes de la librería y, ante todo, amigos. Tres excelentes circunstancias favorecedoras de una muestra casi irrepetible. El libro que tienes en tus manos pretende ser crónica y constancia de dicha muestra y se suma a la pequeña y continuada labor cultural que mantenemos y que acaba de cumplir su primera década. AMADOR FERNÁNDEZ El autorretrato exige la presencia del espejo: El pintor, ante él, se encuentra asomado / enfrentado a un mirador inquietante, y se realiza como doble protagonista a través de Ia contemplación y de la acción. El autorretrat es un género fascinante: unas veces el pintor se mete dentro del cuadro, como hace Velazquez en "Las Menihas", o en "Las Lanzas",y otras pretende huir del lienzo para entrar ,en el espacio dónde, se situa el que contempla, como hace Murillo en el autorretrato de la National Gallery, de Londres, al poner la mano sobre el marco ficticio que encuadra su figura. El autorretrato es testimonio, delirio, revelación de maestría, confesión de desamparo, huida hacia la gloria desde la soledad del relegado... En la mente del lector están ejemplos y más ejemplos de autorretratos encajables en esos planteamientos. Los autorretratos de Durero son como una antología de las situaciones del ánimo que empujan al artista a autocomplacerse, con su imagen, desde el sentimiento de la plenitud y la seguridad, o desde la zozobra de la decadencia del cuerpo y del espíritu. Es enigmático el autorretrato hecho ante el espejo, pero resulta más ambiguo todavía, o produce mayor desconcierto, él autorretrato hecho no ante una placa pulida de cristal argentado sino buscando la referencia y el reflejo en los ojos de otro pintor. Quiero decir que cuando un pintor se ve en otro con el pretexto de retratarle la relación artista - modelo adquiere un esotérico dinamismo. Hay una interacción diferente entonces entre el que crea y el que estimula la creación, porque quienes se entregan al oficio - o al vicio - de pintar forman un colectivo anómalo, con alucinaciones distintas a las del común de los mortales. La mirada de un pintor que pinta a otro pintor no se detiene en la piel, o en las sombras y luces del gesto o del caracter, sino que penetra a través de los ojos del otro en el revés de las pinceladas, en las causas de la vibración de cada mancha, en el secreto de los espacios, en el misterio que se esconde entre la placa de pigmento y la superficie intima, en apariencia neutra, que yace sobre el lienzo como embrionario punto de partida. Los pintores son gente extraña, con ternura y zarpazo, que hacen chocar la hondura y la apariencia y alumbran destellos de insana lucidez. Cuando se miran unos a otros, los pintores llegan al fondo de las sombras absolutas, o activan la recóndita descarga eléctrica que desde el cerebro llega a la muñeca y le da dimensión sobrehumana a una simple curva trazada a sentimiento. Buscan entonces los pintores cosas distintas, hallan otras evidencias, dialogan en otro idioma diferente del nuestro. Por todo ello una colección de cuadros como esta que la Galería Cornión presenta, cuando se acerca el otoño de 1991, se define por la carga esotérica que electriza el conjunto, y por la continua renovación del diálogo entre las imágenes que en ella están presentes. Julio Castaño ha visto por un instante a Redruello con un rostro tallado en planos y aristas imperiosas, según la imagen que de Ezra Pound trazaron el escultor Gaudier-Brzeska o el pintor Percy Wyndham Lewis. Redruello ve a Castaño como ser secreto, envuelto en un sudario de largas pinceladas que él extiende con apariencia de atento estudioso, aunque va hasta el más allá en su prenetrante acción de envolver el ser. (Uno piensa en el expresionismo abstracto, pero Redruello y Castaño son demasiado corteses como para acercarse en esta tarea de mutuo escrutinio a De Kooning) Camín, apoyándose en la cera, en el carbón y en la acuarela, se interroga ante Ramón Prendes intentando recordar el sendero por él perdido al abandonar la llanura y adentrarse en los espacios corpóreos y quebrados. Melquiades Alvarez acentua las disparidades en ese combate de observaciones con retroalimentación, y situa a Josefina Junco, de rostro ancho, ojos separados y melena leonardesca, en las oscuras orgías solsticiales del renacer. Josefina Junco homologa a Camín con el cielo y la montaña, convirtiendole en personaje ancestral, o en deidad de la bonhomía. José Arias no dilucida a Javier del Rio: sólo concreta un gesto taciturno que emerge entre las manchas deslizantes de un cuadro que nunca será terminado. Javier del Rio encuentra a Reyes Diaz en la voz de Modigliani, dentro de una modulación de los soliloquios del Botticelli de nuestro siglo, y Reyes se subraya a si misma como estrella que guía frente a frente con Melquiades Alvarez. Antonio Suarez, Antonio, integra a Pelayo Ortega en un universo de manchas preinformales y le hace mirar hacia adelante, como profetizándole audiencia universal. Pelayo Ortega pone melancolía en Antonio Suarez, melancolía en los ojos y en la mano experta y sensible que se abandona en el recuerdo de todo lo pintado. Las cosas eran así en aquel instante en que yo vi los cuadros de esta exposición. Luego las miradas y los destellos hablaron de otra manera, deletreando nuevos hallazgos de cada uno en el propio ser y en el ser de otro. Ponerse en el centro del espacio definido por ese entrecruzarse de las miradas es entrar en el mundo que está detrás de las retinas de los que crean. En esta ocasión no es la plata azogada del revés de un espejo la que abre el paso al misterio, sino el trasfondo que se esconde más allá de los cristalinos. Es una comunidad de intimidades la que así se crea, y los demás al penetrar en ella nos convertimos en intrusos/invasores de una ceremonia secreta regida por la liturgia del mutuo avizorar. Dicho con otras palabras: en esta exposición los pintores no nos necesitan. Nosotros, en cambio, encontramos en sus cuadros un atractivo y complejo jeroglífico, que nunca terminaremos de dilucidar.

FRANCISCO CARANTOÑA